26.6.08

¡Al fin!

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¡Pensé que nunca llegaría! Ahora, a por mis miles de proyectos en la lista de "cuando tenga tiempo lo hago".


Hum...


pd.- "Calvin y Hobbes deberían ser estudiados en la universidad, en alguna clase de filosofía contemporánea". No lo dije yo, pero estoy totalmente de acuerdo.

pd2.- A pesar de esto, volveré en un par de días ^_^ Eso espero, al menos.

14.6.08

Miticismo electrónico

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Buenas, mis pequeños y abandonados lectores :)

Hago una pausa en mi silencio blogueril por un reencuentro. Pero antes voy a hacer una pequeña introducción, para que quede clara su importancia.

Después de casi tres años, estoy en plena época de exámenes. He intentado tomármelos de muchas formas, pero lo único que me funciona (y no siempre) es convertirlos en un enfrentamiento, en algo personal. Lo malo de que se despierte mi vena guerrera es que activo mi modo vengador justiciero, pero eso es otra historia que será contada en otra ocasión.

Cafetería de la uni

Como veo la etapa universitaria como un enfrentamiento alumno vs. asignatura (que se convierte en alumno vs. profesor en más casos de los deseables), nunca he tenido ningún problema en prestar apuntes, problemas y resúmenes, pasar prácticas para consulta, e incluso dar clases (ejem...) "in extremis" el día antes del examen. Al fin y al cabo, son las únicas armas que tenemos.

Y hay combates más duros que otros, claro.

Junio de hace tres años. Una Saricchiella casi histérica llegaba, después de un mes y medio de estudio intenso, a un aula de examen. Y no era para menos: allí estaban todos los compañeros de mis primeros años de carrera, todos los que habían empezado a trabajar y que yo creía en una vida mejor. Ninguno quería estar allí, pero aún teníamos una cuenta pendiente con la universidad: TDI.

Podría contaros a qué equivalen las siglas, el temario, las prácticas... pero TDI significa mucho más. Es enfrentarte a todos los fantasmas que te han perseguido durante la carrera, y que has ido, con mejor o peor suerte, esquivando. Es incluir la palabra "perceptrón" en tu vocabulario de uso común, estar tres días (tres días, señores) resolviendo un problema, soñar con derivadas, ver el mundo como una conjunción casual de cosenos.

Estaba, por tanto, al borde de la locura. Cuando me senté, tomé una inspiración profunda y miré la megabolsa donde tenía todos los apuntes (en la parte de problemas puedes sacar lo que quieras, como si te traes el portátil. No sirve de nada). Saqué el estuche. Comprobé si tenía tipex, si el boli pintaba, si había traído portaminas y goma. Todo bien. Busqué la calculadora. No estaba en la bolsa. Busqué en mi mochila. No estaba. No la tenía. No podía estar pasando esto. En mi mente apareció mi hermana, difusa, cogiéndola para un examen, o unos ejercicios, o algo. El día anterior yo había estado repasando la teoría, y no me había hecho falta. Pero sin calculadora estaba muerta.

Casi ni oí la voz que me decía "Sari, me siento detrás de ti, venga tía, a darlo todo". Me di la vuelta para encontrarme con Carlos, mi "novato", un encanto de chico que conocí el día que él se matriculó en la carrera. Pálida, me salió un hilo de voz: "Pequeño, no... no tengo calculadora... me va a dar algo". Y él me miró, sonrió debajo de sus ojeras sinusoidales, y me dejó una de las dos que había traído.

Calculadora

Ya tenía heridas de guerra. El celo de la parte superior la mantenía montada, después de una caída desde un segundo piso. Dentro de la tapa aún había restos de chuletas de fórmulas, escritas a lápiz y borradas malamente. Y aun así, seguía al pie del cañón. Puede que estuviera hecha en Taiwan, pero definitivamente tenía espíritu espartano.

Ese examen fue una auténtica masacre. Durante las preguntas de teoría hubo un momento en que se me iba la cabeza (los nervios, el calor...). Pensé que, si seguía así, en las dos horas de problemas me iba a caer redonda al suelo, así que en el descanso... me compré una cocacola. La mayor estupidez que podía haber hecho. Leí los dos problemas y vi que, a efectos de entenderlos, podían haber estado escritos en finés. Los números que escribía me salían temblorosos. Después de mes y medio dedicándome en cuerpo y alma a este momento, entregué seis puntos de los diez casi completamente en blanco.

Llegué a mi casa como si de verdad hubiera estado batiéndome en duelo con un dragón infernal, y hubiese perdido (un par de semanas más tarde, vi la nota: un 1'6 sobre 8; 4 aprobados de 86, 3 por debajo del 5). Mientras ordenaba los apuntes para la inevitable prueba de septiembre, me encontré con la calculadora. No había visto a Carlos al salir, y no había podido devolvérsela (ni agradecérselo).

Después de un verano bastante desconectada, volví a enfrentarme a la asignatura. Apenas había hecho ejercicios o problemas de examen, pero llegué a la conclusión de que no podía estudiar más. Y el plan vital que tenía para ese año era bastante simple: iba a tener que estar todo el año en la universidad igualmente (una beca de colaboración en otro campus... que me dio mucho más de lo que yo esperaba, pero eso también es otra historia ^^). Mi orgullo pre-ingenieril ya estaba por los suelos, así que el combate era, ahora sí, completamente personal. No tenía nada que perder.

Y fui al examen. La calculadora espartana, sabiendo que llegaba su momento, se coló en mi bolso. Efectivamente, se me volvió a olvidar meter en la bolsa de apuntes mi calculadora, y mis dedos se encontraron con esta guerrera mientras buscaba el móvil para quitarle el sonido. Salvada de nuevo.

Apenas recuerdo momentos durante este examen. Sólo recuerdo que salí, me junté con Estrella, las dos nos miramos incrédulas, y dijimos lo que casi no nos atrevíamos a pensar: "Pues... hay posibilidades... ¿no?" Y, después de los 15-20 días de rigor, aparecieron las notas: Estrella y yo habíamos aprobado. Es más, ¡ella tenía un notable! La pesadilla había terminado al fin.

No vi a Carlos aquel día. Le puse una banda más de celo a la calculadora, y la dejé en mi bolso, por si la casualidad hacía que me encontrara con él, pero no hubo suerte: yo apenas pasaba por el campus, y estaba prácticamente en otro mundo (me cogí asignaturas de Humanidades, me apunté a todos los cursos de danza que había disponibles... una desintoxicación ingenieril en toda regla).

Y, cuando ya tenía a esta pequeña más como un recuerdo épico que como un aparato real... me encuentro con Carlos en una de mis clases de esta nueva etapa. Hablamos, recordamos, bebimos cerveza... y hace unos días, el día antes de un examen, volvimos a la época de las clases eXtremas. En un aula de grupo, con pizarrita blanca y rotuladores horribles, Saricchiella les contaba, a Carlos y a otros dos personajes (un marvel-zombie y un rol-master) cómo conectar una red de Banyan extendida a un filtro de ordenamiento de entradas.

Y la calculadora mítica, encima de la mesa, entre tablas de Erlang y ejercicios en sucio, tenía un brillito especial en la pantalla.