11.8.09

A Australia en metro

Antes de nada, me voy a sincerar: no me terminan de gustar los libros de viajes. Para mí es el equivalente a que un completo extraño te enseñe seiscientas fotos de un viaje que tú no has hecho con él (a un sitio donde tú no has ido nunca, la mayoría de las veces): está bien la primera media hora, pero ya. Entendedme, me encantan los libros que hablan de ciudades en las que no he estado (la primera vez que "estuve" en Barcelona fue gracias a "Lo mejor que le puede pasar a un cruasán"), pero los protagonistas ya están acostumbrados a vivir en ellas. Nunca me he sentido identificada con un personaje que también estuviera viajando.

Hasta ahora.



Empezó por curiosidad. Luego fue un regalo medio inesperado, preludio de un viaje propio e increíble (el primero de muchos :D). Y después de eso, un año de limbo hasta que me vi en la onda correcta (¿cómo se traduce "in the mood"?) como para disfrutarlo. Cogí el libro, entré en el metro, y empecé a leer.

El primer día todo fue normal. A los tres días, casi me paso mi parada. Después de unos días más, decidí colocar el punto de lectura (aka. billete del metro) tres hojas por delante, para cuando me lo encontrara levantar la cabeza y ver si ya había llegado. Un par de veces llegué a mi estación y me quedé sentada en un banco del andén para terminar un párrafo. Y siempre, siempre, subía las escaleras mecánicas como si acabara de despertarme, sin saber muy bien qué estaba haciendo allí. Porque, esta vez sí, acababa de volver de un viaje a 30.000 kilómetros de distancia.

No sé por qué. Bueno, tengo una pista, pero no creo que una herramienta tan simple pueda ser a la vez tan potentísima (al menos, no sola). El caso es que el protagonista empezó por no caerme mal... y, cuando me quise dar cuenta, estaba con él. Era como... como si este personaje estuviera esquizofrénico, y yo fuera una de las voces de su cabeza. Veía lo que él veía, y me sentía como él se sentía: sola, abrumada, con ganas de hablar con los extraños que él se encontraba, contenta de ver a esos familiares tan lejanos... de hecho, esto incluso me dio un poco de vergüenza, porque era como si les estuviera ocultando quién era en realidad ("Maite, no soy Jorge, soy Saricchiella, pero también me alegro mucho de conocerte"). Terminé el libro en Galicia, rodeada de eucaliptos. Hum.

Un amigo se va a Australia en septiembre, a buscar trabajo. Cuatro meses y pico, de momento, aunque dice que quiere encontrar algo que le haga pensar "A mí en España no se me ha perdido nada". Está ilusionadísimo con el viaje, con la ruta que va a hacer, con todo, pero a mí me da mucha pena pensar que lo está diciendo en serio, lo de quedarse, y que puede que las cañas de este verano sean las últimas en mucho tiempo. De momento, le he regalado otro ejemplar del libro, que el viaje es muy largo y el país es muy grande. Y bueno, si estas cañas son las penúltimas, habrá que hacerlas memorables, ¿no?


pd.- Borja, haz el favor de tener cuidado. Sobre todo con las tías, tanto si son australianas como si no, que hay mucha loba suelta. Y llévate una botella de agua grande en la mochila en todas las excursiones, que hay mucho desierto. Y conduce con cuidado. Y no te lo gastes todo el primer día. Y... bah.

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