Mañana es el último día de Unidanza, el encuentro anual de danza contemporánea que cada año prepara la universidad. Bueno, hoy ha sido el último día que había baile de universitarios, así que ya ha acabado lo mejor.

Y hoy he visto a gente bailando en el césped, haciendo una muestra de lo que han aprendido esta semana en los talleres especializados del encuentro... y me he acordado de que el año pasado yo estuve viviendo esta semana desde dentro, bailando con ellos (que nadie se piense que tengo idea de danza contemporánea, por favor), llevándoles a las salas de ensayo, poniendo carteles (y agua y fruta) en los camerinos, durmiendo en un hotel a 20 minutos en metro de mi casa (xDD) y compartiendo experiencias increíbles con el Grupo de Danza de la universidad y su coordinadora (mi jefa por la época).
Y por eso, porque les echo de menos (y porque tiene que ver, claro) les dedico algo que escribí hace ya, para cierta revista electrónica (
¿os acordáis?) que nunca llegó a publicarlo. Para Gema, Estrella, Lucía y Ángel (el infiltrado), los intérpretes de "T-t-t-tourette" y "Pro-boca", para Almudena, la hija pródiga que volvió de bailarles flamenco a los japoneses, y, claro, para Eva, por... porque sí, porque no voy a volver a tener una jefa como ella.
El perfume de Monsieur TouretteA mediados del siglo XIX, un reputado perfumista parisino ideó la fragancia definitiva. Basada en las feromonas de un felino de los Alpes, una dama se convertía, con sólo unas gotas tras las orejas, en una corriente de aire fresco con matices campestres.
Tuvo un éxito inevitable en las fiestas de ambiente enrarecido de la alta sociedad europea y entre la burguesía, que gustaba de los salones de fumar. Una persona cualquiera podía oler (literalmente) una celebración de alcurnia desde la puerta del edificio donde se daba.
Y empezaron los problemas. Uno de los primeros escándalos fue el de la marquesa de Dampierre, quien, en una reunión social en su casa, comenzó a insultar a los asistentes compulsivamente y a contonearse de forma obscena frente al cuarteto de cuerda. Por supuesto, este hecho hizo subir como la espuma la popularidad de las reuniones de la marquesa; pero ésta no sería una anécdota aislada.
Las presentaciones de jovencitas en sociedad eran las peores. El olor a libertad y a naturaleza era tal, que la pobre niña olvidaba todo protocolo y se comportaba como un pequeño animal salvaje entre todos aquellos corsés. Incluso hubo eventos multitudinarios en los que no sólo la niña, sino más de la mitad de los asistentes se dejaron llevar por el embrujo de los instintos. Luego venían los lloros, los castigos y las visitas a la iglesia, pero era inútil: cuanto más trataban las damas de comportarse, mayor era la fuerza con la que se intentaban mostrar sus impulsos primitivos.
Ningún médico pudo averiguar una cura para el mal que aquejaba a aquellas mujeres. Pero ellas intuían cuál era el origen de su extraña enfermedad.
Volvió la peste a humo a los salones de fumar. Sin embargo, las reuniones de madame Dampierre siguieron en boca de todos. Era una excéntrica, pero en su palacete siempre olía a primavera.